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Constatamos que una de las di cultades más frecuentes para que el juego libre se desarrolle en la calle, es el miedo de las familias cuando sus hijos se encuentran en la plaza o en la calle con sus iguales para jugar. In uye, también, que la realidad urbana ha ido limitando y aco- rralando, cada vez más, los espacios de juego. Todo ello ha colaborado a esta merma de la relación lúdica en espacios abiertos.
Las ponencias y los debates dejaron constancia de los problemas que originan los espacios de juego predeterminados y acorchados para que no exista la posibilidad de un leve rasguño en los niños y niñas. La necesidad de aceptar riesgos para el desarrollo de la autonomía personal está fuera de toda duda para quienes se han ocupado de estos temas desde el mundo académico y desde el de la experimentación (p. 7-8).